Relevos
Ese refrán, o dicho, tan famoso que dice: «cada maestrillo tiene su librillo», se me ocurre traducirlo como «cada coronelillo tiene su cestillo». Es que estaba pensando en cierto relevo de coroneles del 13 regimiento de las F.F.A.A. con base en la de Los LLanos, allá por los años «50’s».
La base, y el regimiento, claro, estaba mandada por el coronel D. Gerardo Fernández Pérez que había sido uno de los fundadores de la Aviación Española, que en 1940 pasó a convertirse en Ejército del Aire.
En aquél entonces, en todas las unidades militares existía una granja donde iban a parar todos los desperdicios de las cocinas; tanto los de antes de comer, como las sobras de después. Claro, Los Llanos no carecía de su granja que estaba administrada por un típico o clásico Sargento, al que dada la forma de la parte más elevada de su cuerpo, llamábamos «Cabezabuque»; no era braquicéfalo, ni dolicocéfalo, así que algún espabilado, aficionado a la anatomía le tildó con tal apodito.
Pues bien, como en la granja, además de cerdos había un buen número de animalejos distintos, amén de una regular huerta, no podían faltar las gallinas, y por hende, los correspondientes huevos. Claro, no se los iba a comer todos el sargento, que algo se comería. Había un equitativo reparto que empezaba enviando al Sr Coronel Jefe un cestito con una docena de huevos. A las categorías inferiores, les correspondían menos, claro, tal como su grado jerárquico iba disminuyendo.
Los Coroneles hacen un periodo de mando en ciertas unidades para acumular puntos con vistas a su ascenso al generalato, previo el correspondiente curso, por supuesto. Así que terminado el periodo de mandato del susodicho Coronel, fué trasladado a la Academia General del Aire como director, con el propósito ya aludido(BOE en el que se le promueve al empleo de General de Brigada). Su sucesor fue D. Rafaél Guerrero López, un señor solterísimo, con aspecto de personaje de la corte, educadísimo, fino, atento, cortés, sin perjuicio de que tuviera las vistudes militares más acrisoladas, expresadas por sus numerosas condecoraciones, porte militar y firme rectitud.
Pues bien, asentado el Coronel Guerrero en su casa, con su sobrina; recibe la visita del sargento encargado de la granja con su cestito de huevos:
– Mi coronel, sus huevos.
-¿Qué huevos, mi sargento?
– Los que le corresponden de la granja según el reparto establecido.
– Bien, sargento, deje tres o cuatro huevos y llévese los demás, que mañana hablaré con el Capitán Ayudante.
Cuál fue la concersación, es para mi desconocido, fue el resultado lo que llamó la atención de todo el mundo. A partir de aquel día se empezaría a repartir por los cabos 1º casados a media docena y sólo hasta suboficiales; oficiales y jefes pueden comprarlos según les apetezca. Todos los demás productos de la granja siguieron el mismo itinerario, pero para todos.
A éste, se sumaron muchos detalles que hicieron del Sr Coronel Jefe, una persona respetada y querida por casi todos; de forma que cuando se fué a otro destino, los suboficiales le regalaron un sable con la dedicatoria en la hoja, del que se hizo entrega en el vino español que se ofreció en el correspondiente pabellón.
Claro, habían pasado dos años, se hizo el relevo de jefes y volvió de nuevo D. Gerardo, mientras D. Rafaél ocupaba su plaza de Director de la Academia General del Aire. Otra vez estaba en Los LLanos, D. Gerardo Fernández Pérez como jefe y «lo que tenía que pasar, pasó»; el Sr. Coronel volvió a recibir su cestita de huevos y los cabos primero se quedaron «deshuevados». Debía ser un lujo que un cabo primero y los suyos tomaran huevos de la granja. ya vemos como cada «maestrillo tiene su librillo» y los coroneles «cestillo».
M.F.G. Escrito en Alicante en enero de 1994.