El libro de las guerras
Este texto recoge una anécdota y una broma, al tiempo que presenta a un personaje curioso. Está situada entre los años 1950 y 1954.
Se llamaba (me van a permitir que no lo ponga aunque en el original viene completo y que lo cite como «carota«) y además de ser Sargento Auxiliar de Meteorología tenía mucha cara, o lo que es lo mismo, era un carota. Claro que todos lo conocíamos; y aunque no estuviésemos muy de acuerdo con el sentido del humor que él solía expresar, no le hacíamos mucho caso porque era charlatán y dicharachero. El tema militar no era su primer impulso; por lo que, aunque éramos cabos 1º y cabo, solíamos tener buenas relaciones con él.
Aquella mañana Pedro, no importa el apellido, estaba a punto de ser enviado a destino, después de aquella solemne «Jura de Bandera». Alguien le había dicho que el centro de Emisores de la Carretera de Jaén era un buen destino, porque como él vivía en Santa Ana (o como la gente dice, «los Santanas») , que está a unos diez kilómetros; tendría facilidad para acercarse cuando le fuera posible. Por otro lado, este chico tenía un aspecto un tanto apocado, hasta afeminado en sus gestos en ciertos momentos. Característica poco idónea para permanecer en la Base Aérea de Los Llanos expuesto a las bromas, a veces de mal gusto, de algunos compañeros. Es por esto que aquella mañana, Pedro subía la escalera metálica de caracol, tan típica en las torres de mando de Bases Aéreas y Aeropuertos. (al menos en aquella época). Esta escalera unía la zona de Meteorología y la cúpula de la torre, que es el puesto de trabajo del Oficial de Vuelo; desde donde tiene 360º de visión en azimut y dispone de todo tipo de medios de comunicación tierra-aire. Cuando se dice «Torre» uno piensa en este departamento, haciendo abstracción del resto del edificio.
Allí arriba, además el oficial de vuelo y el sargento controlador, estaba el capitán Manzanera que estaba pluriempleado como jefe de la Unidad de Servicios y como oficial de Transmisiones; debido a que había una avería en el sistema de radio por VHF. También estaba yo allí, que era el jefe del Centro de Emisores; ya que a nosotros nos correspondía el mantenimiento del material de tierra y también estaba incluida la torre de mando.
Pedro se presentó al capitán, y como éste ya estaba al tanto de los deseos del soldado, me pidió parecer. No puse ninguna objeción, se fue el capitán y nos quedamos allí hasta que yo terminara.

Había en el aire un avión C2111, el conocido «Pedro», que es la versión española de Construcciones Aeronáuticas del modelo alemán Heinkel 111, que venía haciendo arribada a los llanos en contacto con la torre, y como me interesaba que el avión participara en la comprobación del equipo que acababa de reparar, le dije a Pedro que se acercara a la escuadrilla, se presentase al Brigada Donaire y le dijese que ya estaba solucionado su destino y que si era posible se viniese conmigo al yo terminar el trabajo.
Pedro baja la escalera de caracol, al pie de la cual el «carota» está con un papel en la mano. Un papel intrascendente que acababa de coger de la papelera. Para muy serio a Pedro y le encomienda que se lo entregue urgentemente al Capitán Fulanez, le da el nombre de un capitán inexistente en la base y le recomienda que no deje de entregárselo.
Pedro acaba de pasar el periodo de instrucción y sabe muy bien que ese nombre no está en la lista de los oficiales de la base, piensa que es una broma; echa el famoso papel en la siguiente papelera y sigue su camino.
El otro Pedro, el avión, está en tramo de base y se dispone a tomar tierra, girar para enfilar la pista y saca el tren de aterrizaje, pero sólo sale la pata izquierda. Repite maniobra, no consigue sacar la pata derecha, empieza el nerviosismo, llamada a contraincendios, ambulancias, botiquín, el Coronel, etc. Por fin el piloto decide tomar tierra con una sola pata y esperar suerte. Enfila la pista 13 por el extremo derecho para que la rueda derecha (quería decir la izquierda) toque la pista y al desplomarse el avión y toque el suelo el ala derecha, lo haga sobre el suelo de tierra. Por suerte le salió bien, el plano fue bajando lentamente tal como iba perdiendo sustentación y en cuento la punta tocó el suelo, fue el centro de giro de todo el avión. Polvareda, ambulancias y apagafuegos por la pista, gente corriendo; pero nada más. La tripulación sin novedad, aparte del susto. (Aeropuerto de Albacete)
Cuando ya están de regreso todos los que fueron corriendo a la pista, también regresa Pedro, el neosoldado, para decirme que todo está arreglado y que se viene conmigo. Al pasar por meteorología lo ve «carota» y rápidamente lo aborda y le dice:
-Seguro que no le has dado el papel que te di al capitán Fulanez.
– No, mi sargento, dice Pedro, ese oficial no existe.
-¿Cómo que no existe?. Mira qué le ha pasado a ese avión por tu culpa. Ahora tienes que firmar un vale por un avión nuevo.
Pedro firmó el vale sobre el dorso de una cuartilla, que por el derecho era el impreso usado por los radiotelegrafistas para anotar los grupos de cinco cifras que constituyen los informes meteorológicos que cada mañana se recibían por radio; para, a partir de ellos, dibujar el mapa de superficie y el de altura.
La cosa no tuvo más trascendencia porque él se vino al Centro de Emisores y si alguna vez se cruzó con «carota» no lo reconocio, o no quiso echar más leña al fuego.
* * *
El susodicho estuvo con nosotros hasta su licenciamiento. Como sólo éramos cinco soldados y tres especialistas, vivíamos como en familia y solíamos tener largas charlas. Pedro nombraba con frecuencia el «Libro de las Guerras», que era, al parecer, el único que había en casa. Y lo hacía tan a menudo y en ocasiones tan dispares, que un día me decidí a pedirle que lo trajera para verlo, ya que él no era capaz de darnos detalles que nos permitieran atisbar qué «libro» era. Pues sí; un lunes vino con el libro y sorpresa; era la Biblia, una edición de mediados del siglo XIX, maravillosa, con unos dibujos a pluma excelentes.
¿Cómo es posible que Pedro no fuera capaz de darnos un sólo nombre o una situación que nos orientara? ¿La había leido?. Es difícil no citar a Adán, o a Matusalén, o a Noé, o a Sansón, o a Salomón, o ¡caramba! a Jesús o a Dios. Creo que no había leido ni los pies de los dibujos.
M.F.G. – Escrito en Alicante en diciembre de 1993