Caulín
Los caulín eran, y espero que sigan siendo (basta con poner Caulín y Albacete en un buscador para comprobar que siguen existiendo y que alguno de ellos es pintor de «pincel»), una saga de pintores de los de brocha, pero no sólo la usaban gordota, pues según tengo entendido no sólo pintaban las paredes sino que también pintaban en ellas con el pincel; eran buenos decoradores y en Albacete se les tenía por buenos profesionales.

Pues bien, esto viene a cuento porque allá por el año 1951 o 1952, del presente siglo claro (el escrito data de 1994, por lo que ahora en realidad es del siglo pasado), un Caulín en edad militar vino destinado con nosotros al centro de emisores de la carretera de Jaén, dónde no sólo estábamos destacados, sino que también era nuestra residencia. Eramos pocos y. por lo general, bien avenidos. Al amigo Caulín, del que he olvidado el nombre de pila, le encantaba subirse a las torres de las antenas. la cosa empezó porque hubo que cambiar una de las bombillas de las balizas rojas reglamentarias en cualquier sitio elevado.
He aquí que una mañana aparecen de sorpresa, como siempre, el Comandante J.A.Aznar, y su séquito. Como quiera que las torres de las antenas estaban bastante descascarilladas de pintura, se habló de su repintado y la conversación fue hábilmente dirigida hacia quién debía pintarlas. Naturalmente una empresa que pueda presentar un presupuesto y extender legalmente las correspondientes facturas. El resultado fue que el padre de Caulín presentaría la factura y lo pintaríamos nosotros, la pintura la ponía Protección de Vuelo, que era el organismo del que técnicamente dependíamos. Así que él y yo nos pintamos las cuatro torres a plena satisfacción de la autoridad y de nuestros bolsillos.
Como Caulín estuvo quince meses entre nosotros, un montón de cosas pudieron ocurrir, pero en mi mente sólo conservo el hecho citado y el suceso que relato a continuación.
Una mañana me parece ver que nuestro héroe está malo, o menos bueno; claro, le pregunto. Le dio apuro, pero no se arredró, me dijo que tenía fimosis y que se le había retirado el prepucio y que le aprisionaba de tal forma el glande que tenía una terrible molestia.
Le dije:
– Claro, tu te la has ahorcado y a ellas se lo has roto.
Se sorprendió un poco pero se excusó:
– Es que fuimos a la calera anoche y, ya sabe, lo que pasa.
– Pues con un poco de suerte, le dije, dentro de tres cuartos de año vamos de bautizo.
Bien, pues así fue, lo que tenía que pasar pasó y cumplido su tiempo celebramos un bautizo en el patio de la casa donde la pareja vivían, porque se habían casado, claro. Es que en aquella zona de Alabacete los niños no venían de París sino de la «calera».
M.F.S. Escrito en Alicante el 28 de febrero de 1994.
Una anécdota personal de esta historia.

Mientras estaban pintando las torres, yo estuve una tarde por allí y me escabullí de los mayores. Imagino que estarían hablando de sus cosas y eso es un peñazo ¿no?. El caso es que cuando se quiso dar cuenta mi padre de mi desaparición y fue a buscarme y me encontró en el cobertizo con un bote de pintura de minio en las manos y de la boca para abajo todo lleno de pintura. ¿Cantidad que había ingerido?.
El minio no es precisamente un alimento muy sano, ni es que engorde. Así que, como aquella tarde estaba por allí su amigo Monedero, que tenía moto, nos subió a la moto y salimos corriendo para el hospital de Albacete, que en aquel entonces era el único centro de salud posible.
La solución del médico fue muy efectiva. –
– Vamos a darle un GRAN vaso de leche y observemos la reacción.
¡Que has querido oir, un vaso de leche! y encima de tamaño familiar… A por él, que no se escape.
Así que, al cabo de un rato de haber disfrutado de semejante generosidad médica y un par de eruptos de los de hacer temblar las paredes, el menda estaba durmiendo a pierna suelta.
Con lo que el médico dío por concluido el tratamiento y todos sacaron la conclusión de que una de dos: O no había bebido nada , o muy poco, o tenía el esófago protegido contra el óxido.